viernes, 2 de julio de 2010

A José Saramago (R.I.P.)

No es el apocalíptico cielo, ni el apologético infierno, sino millones de corazones por ti iluminados, los únicos para custodiar eternamente el retrato onomástico del pensamiento convertido ahora en imposible adiós.


Será la letra tu trono vitalicio, porque tu mensaje, ese que quisieron forrar con vituperios baladíes, fue hecho para driblar las saetas de la muerte.


La inmortalidad vino a hospedarse en tu nombre, arquetipo de la voz que no se acalla, de la palabra impertérrita y mágica, ideal para derrumbar los prístinos e inútiles alcázares, donde antaño se guardaron ciertas dolamas y delectaciones de Aquel que fue hombre.

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