lunes, 17 de mayo de 2010

El significado del perdón

Palabra preciosa, etimológicamente derivada del prefijo per (por) y del verbo donare (donar) o del sustantivo donum (regalo), todos del latín plebeyo; en el latín clásico es necesario distribuir el concepto del perdón en un conjunto amplio de palabras, como veniam, dare, remittere, condonare y otras más, que al combinarlas podría traducirse literalmente como la acción de renunciar al derecho de sentirse ofendido y pedir castigo, para conceder una nueva oportunidad y reconstruir las relaciones de amistad u otras parcialmente quebrantadas por un agravio pretérito.


Aunque he manifestado otras veces que perdonar puede verse como la simple aprobación de una venia o licencia para volver a fallar, la verdadera acepción implica un compromiso entre ofensor y ofendido de bregar juntos en la reparación moral de los daños por parte del primero (lo que comienza desde el momento de la solicitud de perdón) y por parte del segundo queda la actitud heroica y encomiable de soslayar los ardores intrínsecos del alma, entender que nadie sobre la faz de la Tierra puede ser perfecto y, por lo tanto, permitir al arrepentido una nueva oportunidad de manifestar su voluntad de cumplir su promesa de trabajar en la subsanación de las heridas que alguna vez causó.


El perdón es un gran regalo de amor. Les dejo, por tanto, una creación espontánea de esta noche, que define el perdón como la admisión de que todos somos humanos y que somos proclives a errar en diferentes circunstancias de la vida, teniendo también conciencia de que existe el mandato divino de perdonar setenta veces siete, advirtiendo entonces que hacerlo una vez no es en definitiva y que al final, aun cuando explícitamente sea una licencia, existe la obligación moral de refrendarla cuantas veces sea necesario, sin desfallecimientos, como una muestra de verdadero amor al prójimo.


El perdón


Pero al suspenderse el backtone horrible
volvieron a mimar las ondas siderales
los ávidos tímpanos del fementido amante.
En acto de contrición, cruzó los umbrales
del maldito ego convicto de otro instante,
para susurrarle en su expiación apacible:
"Perdóname, soy una basura sin ti".
Y el trémulo ángel escondió la herida
en el inmarcesible carmen de su ternura,
y allende una rosa de perdón afloró.
Le dijo, a la eudaimonía decidida:
"Al cabo que tú eres lo que yo elegí,
y tú siempre serás una basura,
pero tu basurero siempre seré yo".